Domestic space transcends the limits of the physical realm in the memory of those who once occupied it. The image we carry of it is far from literal, but often altered, romanticized or dramatized by emotions themselves, depending on what has been experienced there. Even if it ceases to exist, the house persists in our memory in the form of a mental state that exceeds the senses. The house will always be present in our ways of appropriating space, and in our customs and proper understanding of family, childhood, and memories.  
173 explores how the houses that we once inhabited inhabit us forever. And it does so by reviewing the relationship between memory and domestic spaces, since most of our memories are strongly connected to them, and the way in which these memories that once served as documentation can reconstruct entire spaces. 
For this purpose, I have turned to my grandparents’ house, which served as a container of the most endearing moments of my childhood, but which does not longer exist. It was demolished in 2006 after my grandfather's death, and I remember it as enchanting as him. To rebuild it, I searched for the pieces in my memory and assembled them into models which I then photographed. I employed light and text to introduce the passage of time and my own experiences into a lifeless object. By reinforcing a staged albeit realistic-alike atmosphere, the house I once inhabited becomes a representation of a dreamlike state.  

El espacio doméstico trasciende los límites del ámbito físico en la memoria de quienes alguna vez lo ocuparon. La imagen que tenemos de él dista mucho de ser literal, pues suele ser alterada, romantizada o dramatizada por las propias emociones, según lo vivido allí. Aunque deje de existir, la casa persiste en nuestra memoria en forma de un estado mental que traspasa los sentidos. La casa siempre estará presente en nuestras formas de apropiarnos del espacio, así como en nuestras costumbres y comprensión propia de la familia, la infancia y los recuerdos.
173 explora cómo las casas que alguna vez habitamos nos habitan para siempre. Y lo hace revisando la relación entre la memoria y los espacios domésticos, ya que la mayoría de nuestros recuerdos están fuertemente ligados a ellos, y cómo estos recuerdos que en algún momento sirvieron como documentación pueden reconstruir espacios enteros.
Para ello, he recurrido a la casa de mis abuelos, la cual sirvió como contenedor de los momentos más entrañables de mi infancia, pero que ya no existe. Fue demolida en el 2006 tras la muerte de mi abuelo, y la recuerdo tan encantadora como él. Para reconstruirla, busqué las piezas en mi memoria y las ensamblé en maquetas que luego fotografié. Utilicé luz y texto para introducir el paso del tiempo y mis propias experiencias en un objeto sin vida. Al reforzar una atmósfera escenificada aunque realista, la casa que una vez habité se convierte en una representación de un estado de ensueño.
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